El cuerpo humano es capaz de realizar numerosos y muy variados movimientos gracias al soporte que supone los huesos y a un conjunto de músculos que se apoyan en ellos. Sin embargo, la contracción muscular no sería posible si no hubiera un elemento que diera las órdenes necesarias (cerebro) y unos “cables” que hicieran llegar esa información a los músculos (nervios).
Bajo ciertas circunstancias, las células del cerebro (neuronas) pueden liberar de forma incontrolada un impulso eléctrico y propagarse a través de las neuronas vecinas (es lo que llamamos crisis epiléptica); dicho impulso llega a través de los nervios a los músculos, los cuales se contraen de forma incontrolada produciendo movimientos bruscos y repetitivos (es lo que llamamos convulsión). Por tanto, una convulsión se refiere a los movimientos bruscos e incontrolados de los músculos.
A veces, las crisis epilépticas NO se acompañan de convulsión, esto es, existen las crisis atónicas (aquellas en la que el músculo “se queda sin fuerza”, como un trapo), parciales (aquellas en la que solo se contrae un lado; debido a que solo una zona del cerebro es la que transmite el impulso eléctrico) y muchas otras.